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Un cuerpo en resistencia necesita pizcas de amor

Un cuerpo en resistencia necesita pizcas de amor

 

Para ser sincera, durante tres años seguidos no asistí a la marcha del 8M. Normalmente era porque tenía sesiones de terapia, ya que siempre dejaba espacios abiertos por si las consultantes pedían cita ese día, aunque dentro de mí quería cancelar todo y unirme a mis amigas y colegas.

Realmente podía pasar un rato pensando que estaba mal que no estuviera en las calles gritando las consignas, representando y estando presente, y me preguntaba: ¿No será que te da miedo cuando la cosa se pone ruda? Sin embargo todas esas sesiones que di en los 8M me hacían recordar por qué debía quedarme “encerrada en el consultorio”. 

Me quedaba con el mismo sinsabor, con ese terrible “no sé”, como respuesta a cuando mis consultantes me preguntaban si algún día dejarían de vivir la violencia de forma directa o indirecta y es que, ¿cómo les prometo que nunca más pasará? 

Elegir el camino de la lucha

Antes pensaba “pues no puedo más que ayudarlas a crear redes de apoyo y herramientas emocionales que les permitan escucharse, validarse y cuidarse”, y la verdad es que en mi cabeza los actos de rebeldía y resistencia eran ir a marchar. Muy equivocadamente y, en parte, dejándome llevar mucho por cierta presión que, en su momento, mis coordinadoras ejercían. Me pesaba la señalización de ser “del grupo de las que no fueron”, pero mi querida Angela Davis salió a ampliar mi perspectiva.

Verán, en una conferencia que se llamó “Mainstream Feminism” (si la buscan en YouTube como Angela Davis. La revolución hoy les aparece completa) que se llevó a cabo en España, una participante le preguntó a Angela “¿cómo le haces para levantarte cada mañana y seguir luchando? Porque nosotras lo hacemos, pero ya estamos cansadas”. 

Después de algunas risas nerviosas en la audiencia, Angela respondió que cualquier revolución te confronta con reconocer que eliges dedicar tu vida al camino de la lucha, de las dificultades y cuando te miras desde ahí, claro que te preguntas una y mil veces si podrás lograrlo o si es mejor renunciar. 

No es que la intensidad de la lucha pese, sino que nos pesa el espacio para reconocer que también debemos saber cuidar de nosotras mismas. El problema tampoco es que aceptemos que estamos cansadas, el problema no es no ir a la marcha por la razón que sea, sino que nuestro foco debe ir guiado hacía reconocer que tenemos formas de volver a nuestro centro, que tenemos recursos para seguir en pie.

Dentro del espacio terapéutico comprendí que reunirnos un 8M era trabajar en sesión el miedo persistente que se acrecentaba ese día, ya fuera porque una amiga había desaparecido o una tía ya no estaba o una novia no volvía. Todas las historias que se conocían hacían que la persona entrara en pánico porque su pareja fuera a dañarla antes de que ella pudiera darse cuenta.

Esas sesiones no trataban de darnos promesas vacías o, como se dice popularmente, “darnos atole con el dedo”, sino dedicamos el tiempo a dejar que el miedo saliera del cuerpo, que se colocara en el exterior donde pudiéramos verlo de frente y comprenderlo. Desde el saber que hay, una y varias luchas parecen quedar incrustadas en nuestros cuerpos y pensando que es solo en lo individual, en lo íntimo.

El autocuidado ha sido pensado como algo que haces fuera de la lucha, descentralizado de las dificultades se ha trabajado desde lo difícil que es pensarnos en relación a las otras personas. Resumimos la conexión a aquellas personas que están en nuestro círculos cercanos como la familia, amigas, amigos o las parejas, nos cuesta imaginarnos en un punto en dónde de manera extracorporal todas estamos conectadas.

El poder de caminar juntas

Hace ocho días pude por fin ir a la marcha. Fue un día maravilloso porque pude escuchar a Coral Herrera con su Revolución Amorosa resaltando de nuevo la importancia de esos espacios de diálogo y reconocimiento entre nosotras. De ahí me fui con mis grandes amigas a unirnos a la marcha junto al contingente de Emma Newsletter

Precisamente ahí, entre contingentes, carteles coloridos, tambores y danzas recordé que estamos todas unidas y que, al menos ese día, dejamos de lado lo aprendido de vernos como enemigas. Es impresionante cómo esa congregación de tantas vidas e historias es algo que tenemos al lado en el día a día; cuando viajamos juntas, cuando usamos el metro, la micro, el metrobús o incluso cuando caminamos, y aún, de repente, nos cuesta reconocerlo y abrazarlo.

Fue hermoso poder presenciar el poder amplificado que alquimizamos dentro de la terapia, poder caminar juntas sin miedo, mostrándonos atentas a todo y presentes en el momento. Una vez que mis amigas y yo pasamos Eje Central decidimos comenzar el camino de vuelta a casa, y ya que cada quien se encontraba descansando le agradecí a mi mejor amiga compartir ese día conmigo, desde la plática de Coral hasta el momento en que caminamos de vuelta a metro Juárez y ella me compartió lo siguiente: “Se me rompió el corazón, pero también recuperé fuerzas”. Es contundente todo lo que puede generar darnos pizcas de amor a través de cuidados y espacios de escucha.

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